Sentía que cada vez que hablaba contigo te conocía menos a
pesar de las largas horas de conversación que pasábamos al teléfono, quizás sea
que cuando llegaba la noche alguno de los dos cambiaba y sufría una especie de
metamorfosis; nos volvíamos del mismo polo y por más que se trate de mantener
unidos no se puede. Es la siempre engañosa esperanza la que te hace creer en
aquello que simplemente no es, es la ilusión pura de tu ser queriendo cambiar
las cosas, pero ¿qué es aquello que alimenta esa ilusión?, sería la necesidad
de tenerte, quizás el cariño que lograste dar a luz en mí. Eres tan libre como
un ave sobrevolando las montañas, pero a la vez eres tan cuidadosa como un
suricato observando siempre que aquel que se te acerque no te pueda lastimar, y
es que cuando tienes una herida por más que el tiempo pase y ésta se encuentre
cicatrizada la huella que queda difícilmente se borrará.
Una vez que nos encontrábamos sentados en aquel banco
número siete (por alguna razón siempre
te gustó aquel banco) me lo dijiste mientras tenía mi manos sobre la tuya, me
dijiste que tenías miedo y no sabías si esto iba funcionar que la herida que te
habían dejado estaba latente aun y no querías sufrir otra vez, que creías que
yo no estaría para cuando me necesites o viceversa, además tenías la idea que
yo aún quería a mi ex, luego mencionaste que era mejor ser solo amigos o
conocidos quizás. Era imposible disimular la tristeza en una situación así, una
hoja de tono anaranjado calló sobre mi mano, era como si aquella plaza en la
que estábamos tuviera oídos y quisiera demostrar su complicidad con nosotros.
Luego sujeté tu mano firmemente y te dije que aunque quizás llevamos pocos días
conociéndonos, hemos compartido esos días casi en su máximo, que me agrada tu
forma de ser tan espontánea, tan divertida y cariñosa conmigo, además de que me
gusta que seas lenta para comer, creo que eso dibujó una especie de sonrisa en
tu rostro; ver aquella sonrisa me devolvió la mía y a la vez la ilusión de
seguir compartiendo contigo como lo habíamos hecho hasta ese momento. Entonces te abracé y puse mi casaca por sobre
nuestras cabezas (ya que no te gustan mucho las demostraciones en público), para
luego darte un beso en aquella sonrisa que será difícil de olvidar.
Creo que siempre se corre un riesgo ante cualquier cosa o
persona y el riesgo que tomé contigo está asumido, pero sin duda valió la pena
afrontarlo cuando se trataba de ti. Eso tuve en mi mente aquel día porque me
hacías sentir eso. Pero la noche vuelve a llegar siempre aunque uno no quiera y
en ocasiones es tan oscura que no te deja distinguir bien a las personas. Lo
importante es que seguí contigo pudiendo aclarar cada vez más nuestras noches.
Pienso que después de todo las utopías que algunos consideran ilusiones o
idealizaciones del intelecto, pueden ser alcanzadas y ser llevadas a la
realidad si hay una gran fuerza que te mueva y esa fuerza fuiste tú misma.